La buena conciencia es fundamental porque todos juzgamos según nuestra propia medida: «Para los puros todo es puro, pero para los corruptos e incrédulos no hay nada puro. Al contrario, tienen corrompidas la mente y la conciencia», Tito 1:15.
Todos tenemos un tesoro en el corazón nos explica la Biblia y de ese tesoro es que nace tanto la buena conciencia como la mala conciencia: «El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda el corazón habla la boca.», Lucas 6:45.
Las personas con buena conciencia hacen de cada oportunidad, una oportunidad para ayudarse a si mismas y a los demás, están decididas a aprender, a mejorar, a perfeccionarse y a liberar a los demás de sus propias limitaciones y miserias: el bien es expansivo, de allí que nace la facultad de la empatía como en la Parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37), todos tenemos que hacer nuestra vida, pero siempre podemos hacernos un lugar para auxiliar a nuestros hermanos(nuestro prójimo). El buen samaritano es el ejemplo que nos pone Cristo para imitar: «Haz por los demás lo que te gustaría que hicieran por ti», Mateo 7:12.
La buena conciencia encierra en si misma de una bendición, nos libera del miedo: «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.», 1 Juan 4:18.
Cuando cultivamos los buenos pensamientos dentro nuestro no esperamos de los demás cosas negativas o dañinas y eso nos libera de esa sensación de «miedo difuso» o de «miedo constante» que es típico de las personas mas negativas. El apóstol Pedro nos describe la buena conciencia: «Finalmente sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándonos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.», 1 Pedro 3:8-9.
La conciencia, es decir aquello que nos achaca constantemente lo que somos como personas es lo que nos conduce a los fines últimos de la vida humana, las obras de la carne para los que tienen mala conciencia y los frutos del espíritu para los que acercan su conciencia a Dios:
“Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías y cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.” Gálatas 5:19-23.